UN ÚLTIMO SUSPIRO de Kevin Laden

No me importa lo más mínimo que todas estas personas vayan a morir, ni ser yo el verdugo que hará que vuelen en pedazos. Ayer fue el salón de mi casa, hoy será la boda de dos personas a las que no he visto en mi vida. No hay remordimientos, solo una horrible y vertiginosa taquicardia y sudor, mucho sudor, un sudor espeso que me empapa el rostro sin expresión, que me resbala y me escuece en la mirada, que me recorre los labios y me permite saborearlo, ya sé a qué sabe la venganza.


Sé que voy a dejar de existir, y sé que ellos también perecerán. Madres con sus hijos, maridos con sus mujeres, pero al menos no sabrán jamás lo que duele perder a un ser querido, no sentirán en sus carnes lo que es echarse de menos, todos aguardan el mismo sino, el mismo final que obtuvieron los míos, enterrados entre las ruinas de su hogar, bajo cascotes y retratos de familia, con los escombros y la metralla como única sepultura. Hoy soy yo el desalmado, el bárbaro sanguinario y sin nombre propio, sin honor ni homenaje alguno en esta tierra de bastardos. Mataré porque ellos matan, no hay más pretexto, no existe otra razón, y si la existe, nadie me la ha enseñado, ni mi Dios ni mis enemigos, ni aquellos hermanos junto a los que libro esta batalla. Lo único de lo que estoy seguro es de que no soy un asesino, si no un mártir, un insurgente.

La mirada fija en un solo punto, la expresión completamente helada, los labios rezando en silencio una plegaria, le rezan a un Dios que me acogerá en su seno para que no haya más dolor, que me reunirá con mi familia para no volver a separarnos. Mis manos mantienen con entereza el pulso, mis pies empiezan a andar, y avanzo sin vacilar un solo instante, con la firmeza del más impávido. Un paso, otro paso, y otro… el mundo parece encogerse cada vez más mientras que la visión se ha tornado más clara a pesar de las gotas de sudor que franquean la barrera de mis pobladas cejas, y el corazón retumba a una velocidad pasmosa, pero los nervios, los nervios parecen haber sido forjados con acero puro.

Mientras me acerco la tensión parece apoderarse poco a poco de los allí presentes, como si el aroma de la mismísima muerte hubiese invadido el lugar, con absoluto sigilo, caminando unos pasos delante de mí. La desconfianza es palpable, pero nadie dice nada, la música sigue sonando, la gente baila insegura, se entrecruzan las miradas como si se estuvieran diciendo adiós, todo el mundo calla, muchos agarran con fuerza las manos de sus parejas de baile. Ya saben lo que ocurre, saben que no hay salida alguna, yo también lo sé, por eso no miro hacia atrás, si no que miro hacia el cielo esperando ver ya ese umbral del que me hablaron con sonrisas esperanzadoras, cierro los párpados y aprieto con fuerza la mano izquierda, el puño cerrado, mientras que con la otra sostengo el detonador.

El grito de una mujer, ruido de mesas, gente corriendo, un último suspiro….
Allah es grande!

- Kevin Laden -

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