Además, es columnista habitual de la edición en Valencia del diario El País y el semanario El Temps, y también ha colaborado en otros medios de comunicación como Caràcters, Avui y Serra d’Or. (2000).
La saga del presidente de la Diputación impregna todo un siglo de vida política en la provincia de Castellón. Acostumbrado a que nadie le tosa y a que todos le besen la mano, Fabra no lleva bien ser objeto de una eternizada investigación judicial.
Quizá nunca lo sospechó, pero Victorino Fabra Gil, alias el agüelo pantorrilles, hizo algo más que batirse el cobre contra los carlistas en el Maestrazgo durante la segunda mitad del siglo XIX. Su alias, en valenciano castellanizado, lo debe a la costumbre de usar calzón corto, pero su fe liberal no fue mucho más larga: pronto se pasaría con sus huestes al Partido Conservador y, desde allí, controlaría una provincia convulsa. Sin saberlo, estaba inaugurando una fecunda saga de políticos castellonenses que, durante más de 100 años, impregnaría la política local con los aromas afrutados del caciquismo. Él fue el tío del bisabuelo de Carlos Fabra Carreras (Castellón, 1946), actual presidente de la Diputación de Castellón. Le seguirían Victorino, Hipólito y Plácido, tres sobrinos que para sí hubieran querido los papas Borgia. La Diputación de Castellón, de hecho, parece hecha a medida de los Fabra. Al fin y al cabo, Carlos la heredó de su padre Carlos Fabra Andrés, y este del suyo, Luis Fabra Sanz.
Del franquista Fabra Andrés, que fue alcalde de la ciudad en la durísima posguerra y ahora da nombre a un trofeo de golf, leí hace poco una necrológica retrospectiva en un periódico local donde se le atribuía “el gran despegue de Castellón como una ciudad moderna, abierta, luminosa y mediterránea” (sic).
Inconfundible estampa
Cada Fabra ha añadido su granito de arena a la leyenda. Carlos, por ejemplo, tiene una inconfundible estampa gracias a sus sempiternas gafas de cristales ahumados. En realidad, oscurece su visión no para infundir temor a sus enemigos, sino para ocultar un ojo de cristal que perdió en una reyerta infantil. Con esa vista sesgada tiene en un puño a su partido y a la provincia. No contento con ello, en las últimas elecciones aupó a su hija Andrea Fabra al senado. Andrea está casada con Juan José Güemes, consejero de Sanidad de Esperanza Aguirre y está incluida, por cierto, en el sumario que se sigue contra su padre por múltiples delitos.
Antes de que los abruptos términos cohecho, prevaricación y tráfico de influencias se dieran de bruces con él, Carlos Fabra era un ciudadano ejemplar que se dedicaba al honrado negocio de la política, como todos sus antepasados. No hace mucho tiempo, Mariano Rajoy tuvo que utilizar ese apelativo –“ciudadano ejemplar”– para referirse al todopoderoso presidente de la Diputación, pero para entonces la vida había deparado a Fabra la inmersión en una kafkiana causa judicial urdida por un socio despechado.
La saga del presidente de la Diputación impregna todo un siglo de vida política en la provincia de Castellón. Vicente Vilar, en efecto, le acusó de haber mediado ante altas instancias del Gobierno de Aznar para legalizar fraudulentamente determinados productos fitosanitarios. Vilar cumple actualmente condena por haber violado a su esposa (nadie es perfecto).
Acostumbrado a que nadie le tosa y a que todos le besen la mano, Fabra no lleva bien ser objeto de una eternizada investigación judicial que busca saber, entre otras cosas, cuál es el origen de los 600.000 euros que en 1999 tenía repartidos en 19 cuentas. Para un hombre al que la declaración de la renta le sale a devolver no es una pregunta baladí. A la justicia, sin embargo, también le interesa saber si es cierto que medió en el Ministerio de Agricultura para conseguir la legalización de los fitosanitarios de marras. Algunos ex ministros de Aznar fueron citados a Nules para aclarar esos asuntillos, aunque prefirieron pudorosamente testificar por escrito.
Cinco años después, el llamado caso Fabra es un molesto legajo que los jueces de Nules se van sacudiendo de encima uno tras otro. Ya van ocho jueces y cuatro fiscales. Mientras tanto, al interfecto le ha tocado varias veces la lotería (millones de euros, ya ven) y, de paso, tuvo a bien atribuir a la madre del jefe de la oposición en la Diputación –Francesc Colomer– un oficio poco halagüeño. A lo mejor tiene razón él y, en ese caso, “hijo de puta” sería una frase habitual en boca de cualquier castellonense de buen linaje, y ser agraciado con la suerte de la loto es lo propio de todo multimillonario que dedique algunos eurillos a la cosa del azar. En caso de no tener razón, sin embargo, mentar la madre seguiría siendo algo muy feo –y más para todo un presidente de Diputación– y el truco de la lotería un sistema muy acreditado para, presuntamente, blanquear dinero.
Estatus de héroe
El episodio en que Fabra mentaba a la madre de Colomer originó un corolario divertido al tiempo que patético, cuando un equipo del programa Caiga quien caiga de La Sexta intentó entrevistarle durante el pleno que siguió al insulto. Ni que decir tiene que ni siquiera pudieron acercarse al presidente, protegido inopinadamente por una guardia de armarios del canal Intereconomía. Este episodio parece revelar que Fabra se ha convertido ya en un icono de los sectores del conservadurismo más recalcitrante y su impunidad judicial está a punto de granjearle el estatus de héroe para los que admiran la dureza, al tiempo en la mano y en el rostro. Genio y figura, Carlos Fabra aguanta lo que le echen. Harán falta otros ocho jueces juntos para su caso y otros cinco años, si cabe, de suspense judicial. Sólo en ese momento, este “ciudadano ejemplar” dejará de sonreír bajo la sombra alargada de su nariz, aunque puede que ni siquiera entonces deje de rellenar distraídamente la bonoloto, contemplando la visión especular del retrato del agüelo pantorrilles.
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